Una película de locos

18.05.2017 02:24

Una película de locos

     Bendito sea Dios y el día, el día que me acercó a este prototipo de hombre. Tenía cerebro, definitivamente, pero no era ni las canillas de Einstein. De hecho de Einstein sólo tenía el bigote y los zapatos marca ala. Estaba más seguro que Cristóbal Colón que la tierra era redonda, él era para mí extraordinario aunque debo reconocer que algunas veces era más que ordinario. Haber mirado tanto dibujito nos arrastró a la tortura.
Más allá de las rejas estaba el mundo y más allá del mundo no había nada, he ahí donde debíamos llegar, según sus cálculos, precisos como la niebla que opacaba el invernal paisaje agreste.
    Todos dormían en la noche, hasta el guardia de blanco que estaba sentado cabeza gacha y con los pies sobre una silla, justo en frente de nuestra celda, roncaba como un bebé de dinosaurio en su cuna. Entonces Perico dándome su espalda marcada por una gubia de titán, se ató la bincha roja y sacó de su pelo la herramienta que nos llevaría a la fama. Una lima, afirmativo, una lima con la cual rasparíamos las rejas. Sé muy bien que están pensando en el ruido, tranquilos, estaba todo fríamente calculado. La embebimos de un poco de baba, no era muy higiénico, sabíamos que no éramos feministas, pero esto iba más allá de cualquier protocolo intergaláctico. Así raspamos silenciosamente los barrotes de fierro que nos prohibían de vivir, turnándonos respectivamente  durante seis noches continuadas y al séptimo día, mama mía, si que descansamos. En ninguna de las noches el guardia pudo siquiera imaginar el plan de la conquista, era visto que no le daba mucho su coeficiente. Estando en el octavo día barrimos las rejas de la pequeña ventanita que tenía la pared y trepando como arañas, veloces como liebre, nos rajamos de la prisión. Éramos libres, atrás dejábamos años y años de esclavitud infinita. Encerrados en una prisión ilícita sin haber cometido delito alguno. Tuvimos que atravesar un largo bosque, parecía que caminábamos en círculo, pero mantenía la calma porque me acompañaba un estratega de los mapas del tesoro. Había tanta neblina que no se veía un pomo. De un momento a otro comenzaron a aparecer luces azules por todos lados acompañadas de una sirena del horror.
-Son naves- gritó Perico.
-Es imposible- contesté, asombrado y perturbado mientras nos mirábamos con los ojos grandes como de lechuza.
Fue cuando comenzaron a aparecer esos rayos x de fuerza de alta gama, que parecían linternas. Había que correr, pero los pies estaban magnetizados, entonces irremediablemente nos atraparon.
-Doctor.
-Si, dígame enfermera.
-Habrá que darle un calmante al paciente de la 39 no ha parado de alucinar desde la noche.
- Si, creo que será lo más conveniente.
-¿Qué están haciendo extraterrestres?, déjenme, ¿qué es lo que pretenden de mí?
¡Devuélvanme a la Tierra! ¿Dónde está Perico? ¡Sáquenme de este plato volador, malditos locos verdes!
- Ay doctor, me da tanta pena este paciente.
- Pobre loco, es más que un caso perdido, desde que lo trajeron al manicomio sólo piensa en la abducción. Lo que más me preocupa es su familia que debe aceptar todo esto. Habrá que mantenerlo sedado o esto puede irse de nuestras manos para siempre.

Autor: Iluminado