Un actor de película

13.04.2015 01:35

 

 

Un actor de película

 

Existió una vez en una ciudad ya olvidada por los hombres un político que visitaba el poblado vendiéndose entre los pobres. Como podremos apreciar el mal se fue trasmitiendo de generación tras generación sin dar con su cura. Este señor, por cierto muy bien vestido, prometía al igual que la mayoría de sus colegas, mentiras de tamaño considerable, ofreciendo bronce por oro.

Hasta que un buen día, antes de las nuevas elecciones, se encontró recorriendo una villa miseria a un vagabundo peculiar. Sus manos estaban tan sucias que su color de piel había sido alterado hasta por debajo de los harapos que le vestían y su rostro abandonado hacía que muchos de los transeúntes que pasaban por ahí huyeran asustados. Aquel, al ver que este hombre de elite pasaba por su barrio extendió su brazo para pedirle una limosna. El señor, como buen político creyó que dándole unas moneditas que le alcanzaran para lo que durara el día no perdería nada e incluso ganaría un voto. Así que le dejó las sobras de un vuelto, que no daban para mucho. El vago miró sus ojos fijamente sin parpadear siquiera y colocó su mano izquierda sobre el corazón del mandatario.

- Seguro que usted siente un dolor intenso aquí mismo cuando se va a dormir por las noches- le dijo el linyera, mientras el político quedaba anonadado por lo que oía. No se explicaba como había adivinado que sentía esa aguda sensación tan angustiosa y dolorosa.

- Es verdad, en los próximos días debo hacerme un chequeo médico- respondió el funcionario.

- No será necesario que lo haga, ya que usted fue tan amable y me extendió una mano viendo mi delicada situación y gracias a su caridad comeré como Dios mande al menos por un día, lo ayudaré, aunque ahora mismo puede verme así de abandonado, he sido uno de los mejores médicos del mundo que debido a situaciones poco fortuitas cayó en un estado de gran depresión que me deparó aquí. Las mejillas del político comenzaron a quedar rojas como las de un tomate de la vergüenza. Mientras el vago, pidiéndole un papel y lapicera le escribió con precisión su receta.

- Verá, en primer lugar vaya lo antes posible a la iglesia más cercana y rece tres padrenuestros para que su corazón sane prontamente, su enfermedad es bastante compleja y debemos actuar cuanto antes. Busque si fuera posible una Biblia y jure que no volverá a mentir frente las sagradas escrituras ni ofender así al inmenso Dios. Por otra parte vaya luego a este gimnasio. Le hace falta un poco de ejercicio. Es la mejor biblioteca que conozco para su cerebro. Para no excederse en peso lea primero el cuento de Pinocho, reflexione sobre sus acciones continuamente, luego ya podrá seguir con un libro de valores. Cuando este un poco más adiestrado y su inteligencia crezca lea un tomo de derechos humanos, pero sobre todo de deberes, ese si que no se le debe olvidar como una dosis diaria. Lea todos cuantos le fueran posible sobre formación ética y ciudadana, que no se le valla a pasar por alto comprometerse con la causa. Luego de que usted ya sepa lo suficiente en moral y dignidad, regrese a esta zona y haga de la pobreza un futuro más próspero, a donde la ignorancia levante una escuela, donde la escasez brinde fuentes de trabajo y, asegure a los hijos del mañana un bienestar digno y saludable, en el cual si le fuera posible erradique las drogas. El linyera extendió su mano estrechando formalmente la del político y le dijo, lamento ensuciarle pero hoy debí actuar de esta manera, me llamo Jesús y he llegado a tiempo a su vida, si tiene oídos escuche, y si lleva ojos entonces vea, el mundo lo necesita para mejorar, por favor no me defraude. Que el padre del cielo lo bendiga. Mientras le guiñaba uno de sus ojos se despidió diciéndole, si todo marcha bien con las correcciones, nos vemos en el paraíso, si fuera usted elegiría el camino recto. Algunas personas que pasaban por el vecindario lo observaban al político hablando solo y tratando de buscar a Jesús en medio de la transparente soledad. Muchos pensaron que se había vuelto loco, pero entre tantas interrogantes, seguro era que la luz ya operaba en su corazón que había dejado de ser el mismo para siempre.

FIN 

Autor: Iluminado