Otro de amor: "Por un tango de tu alma"

09.10.2013 16:28

¡Pinte ese cuadro galán! retumbó como un estruendo la voz del canillita, mientras se recostaba a unos treinta centímetros casi sobre el codo de la barra, desecho por tintos y algunas que otras alquimias del alcohol. Emanaba ese hedor como de nafta de botellas por los más de mil poros distribuidos debajo de su ropaje. Las cotorras, esas vecinas liberales se habían ido de viaje, mientras un par de garufas aceleraban la bailanta. El viejo rufián siempre cuervo, buen banana, no paraba de escribir al aire aquel chamuyo tabernero para inducir a los compadritos. Y mientras algunos cirujas curraban la gente a las afueras del bodegón yo sin creerme un pitufo contestaba, ni modo varón, con ejercitada voz de los leones, como con un dios distribuido en la garganta. Fui claro, conciso y aquí para votar las voces avistadas no eran más que impares extranjeros, y al marchar el maestro un buen fernando, en tan alborotada festichola sin titubear palabras les contaba:

1950, noche serena,la Tierra giraba y los astros fanfarrones piropeaban serenata iluminándola como la reina absoluta del cosmos. Mi sangre vibraba repleta de acordeones bullangueros de esas cantinas borrachas de Buenos Aires, el sumo milonguero me arropaba en su traje, mientras me lanzaba como dandi enamorado a esa loca costumbre de un anochecer embrujado de silencio. La luna estaba inflada de gemas y algunos roedores volaban de prisa, la atmósfera con su link me transbordaba a las estrellas.

Era como un lobo con una armadura colmada de coraje, mientras las alfombras de asfalto me abrían paso entre orillas de cemento. En cada baldosa había algo arrabalero y de nostalgia, cuando me caminaba San Telmo cantado en los recuerdos. Había un buen señor anclado a mitad de una vidriera, me miraba las llantas haciéndose el distraído, yo me guardaba una luca en mi chaqueta de rubí, no le daba cabida al tal jirafa.

Los farolitos del barrio me cubrían de luz, parecían de fiesta, de boliche, de comparsa, se abría la cancha y la urbe no era más que un puchero entre mis dientes, me la morfaba todita. Cruzaba por la cuadra el mayorengo, mientras mi mirada aguda seguía el horizonte como investigando mi profecía. ¡Qué ignorancia!, pues ahí iba el mostacero con más de mil billetes arrebatados de algún amigo, se escapaba aquel malandra con su tocayo motoquero.

Casi al llegar a la esquina, entre San Juan y Boedo, lejos de la cana, los pibes y las chusmas de calle, el bar me abría sus compuertas, yo entraba, todo macho y malevo mientras los linces me fusilaban mirando.

Toda la envidia de los de afuera me ametrallaba la valentía, cuando quería relajarme rodeado de muleros. Todo transcurría en la filosofía de esa noche galana.

Robertito, un conocido de siempre, me sobaba el hombro cuando clavaba mis ojos en aquellas farolas milagrosas, benditas de cielo y sin pecado. Parecían decirme vení Rubén, pasa, que todo este poema es tuyo.

Paque, enseguida me erguí de esperanza, que mis bellos huesos no estaban sembrados de pálidas.

Sin dudar le arrimaba una tonada: mujer…si yo tuviera el corazón…el mismo que perdí, cuando a poco me acercaba besando con mis manos su cintura de guitarra fulgurosa. Le robaba el ser como un anónimo lunfardo al susurrarle al oído tangueado de Gardel. Con mi boca, sembraba de flores sus labios de miel, hacía de su ánima junto a mi alma un tango seducido por las rosas, y al morir la noche seguíamos vivos.

Nos bailamos la noche, todo el tango de los espíritus, nuestro primeros pasos fueron de pupilas al enlazamos a llamaradas de Marte. Luego le siguió ese que se yo de tacto y romance, la combustión exacta, precisa, geográfica y geométrica de un dos por cuatro. Fascinada me seguía, irresistible de mis actos. Así es el tango mi gente, un magnetismo de fuego, algo de Romeo y de Julieta, un poco de ficción y de realismo, al contaminarse los seres de luces enamoradas.

Que tal pascual decía mientras le guiñaba el ojo al forastero y me escapaba con ella a cumplir la religión de los cuerpos.

Aquellos pichones seguían de farra y ese noble ritual me copiaría más de uno, al gemir el mundo al fusionarse con mi piel.

No es leyenda varón confesaba, cuando quebrábamos dos copas y la sangre de Cristo nos llenaba de un brindis amanecido. El bar cerraba con esa sagrada superficie arrasada por la fiesta, con la loca protesta de un trago más, terminábamos empantanados en la zanja de la esquina mientras un par de polizones nos llevaba de rehén.

Que fianza ni fianza, un par de cafés, un día entero de calabozo y salíamos fresquitos a abrazar la vida. Que aquel maduro bodegón no se quedaría sin nosotros, y entre sed y trago siempre habría una gran mina y un buen tango pa conquistarla.

 

Tabién pueden leerme en el siguiente sitio: https://delalma.bligoo.com.ar