Maestros de esta pobre sociedad
Luego de que saliera por la puerta de la residencia pude verle inhalar el aire y esbozar una sonrisa complaciente. Las gafas negras resaltaban a sus ojos y si lo juzgara por su sombrero, hubiera asegurado que era un poeta. Caminó a paso lento hasta la esquina, donde yo esperaba que el semáforo cortara para continuar camino. La avenida era ancha y el tránsito, por esas horas matutinas hervía. Al momento le pregunté si deseaba que le acompañara a cruzar la calle, a lo cual respondió que no era necesario pues podía hacerlo sólo. Entonces solo esperé. El semáforo quedo con la señal libre para los peatones y él ya cruzaba de un lado a otro. Cuando llegó al otro extremo se paró un instante. Las puntas de su bufanda flameaban con el viento y entre el tapado, sus manos con guantes de lana, sostenían la vara con la cual distinguía su camino. Antes de seguir, acaricio la coronilla de un precioso perro que paseaban por la ciudad. Me quedé asombrado y detenido entre el puesto de diarios y la cafetería de la esquina. Entonces me pregunté ¿quién de los dos era el ciego? Si no fuera porque le vi una vara, aseguraría que llevaba entre sus manos una linterna mágica, que alumbraba no solo su camino sino el de los demás.
Autor: Iluminado