La leyenda del tango

21.03.2014 11:36

La leyenda del tango

 

El desembarco fue aprisa, humedecidos ellos por largo viaje, bajaron en tierras argentinas, como un pelotón que acosa tierra extraña.

Legendarios venidos desde latitudes remotas, donde la guerra hostiga con su armada de sangre negra.

Reprimieron sus historias de adoloridos corazones, respirando a fuerzas de pulmones el nuevo aire acaecido.

La primera noche, como una arquitectura de pájaros negros con ojos de estrellas, los escuchaba silente en la soledad urbana y absoluta.

_Oye Panker, ¿que te traes entre manos?

_ pues nada hombre, nada, solo cansancio

_vamos Panker, no me mientas

_te digo que nada hombre

_dime, ¿que tal si nos sorbemos unas copas en aquella cantina, anda vamos, doblemos las horas y olvidemos el mundo.

_claro, adelante, yo te sigo.

Se encaminaron al bar que se encontraba a pocos pasos de hombre, como dos hormigas que persiguen sus instintos.

La puerta sonó al viejo rugido de las cosas que se pasan de moda, le hacía falta un poco de lubricante en sus engranajes, pero fue secundario.

No faltaron ese par de musculosos de revista, que los miren del pie al pelo, en ese ambiente detenido en sepia, como un lento reloj de arena.

Aquellas miradas de fúsil fueron más que terciarias, sobre todo al clavar los ojos en aquella dama de rojo.

_Mira Panker, por Dios santo, “¡que cielo de flores!”

_capto y veo Esfinter, analizo y persigo.

La noche estaba aún muy niña, así como en pañales, y la leyenda comenzaba a vibrar en su esqueleto.

Panker fue el primero, el primer macho bravío en decir presente. Aún vestía tal cual había bajado del barco, calzado de su mejor sombrero, más su fiel traje, negro y blanco, como el ajedrez del mundo, sus zapatos eran métricos y conjugaban a la perfección.

Había un acordeonista que ya se percataba de fondo, despuntando notas en el viento, Esfinter le regaló una rosa, la cual Panker apuñalo al bolsillo izquierdo de su tórax, había que apabullar a la dama, así que infló su pecho e hizo uno o dos pasos adelante, o fueron cuatro, o un dos por cuatro, embebió sus manos en las curvas del fuego, que encendidas salían de la cintura de violín de esa mujer, la miró y le canto un poema, solo con los ojos, nada de voces, luego ella se dejó caer hacia atrás entre sus brazos, a medio cuerpo, el amor entro en sus miradas como una flecha santa, la levantó y la giro, la hizo sentir del viento, del mar, libre, sus manos eran alas para tocar el techo del cielo, no hubo nada más, solo ellos, solo ellos.

De pronto otro varón se sumó a la pista, como si hubiera sacado fotocopia de sus actos, mientras Efinter miraba con la boca entreabierta, para que, se armó el bailongo, mientras un borracho poseído de terremoto por unas cuantas de más, pronunció:

_ ¡Cantinero, cantinero, sírvame otro “tango” más por favor!

Jajajajjajaja _ se río la multitud,

y fue esta, noche eterna.

 

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