La expedición
La expedición
Mientras subíamos por el volcán solo se suscitaron algunos temblores. Era normal en su funcionamiento, la lava se deslizaba por debajo de las capas terrestres causando leves sismos sobre su estructura. Nadie se había atrevido a subir allí desde la última vez que erupcionó. Estábamos locos, eso era lo más seguro, pues los expertos anunciaban que prontamente volvería a estornudar. Escalamos durante toda la mañana, con las mochilas livianas de provisiones para no sentir la fatiga. De igual manera el sol era poderoso y parecía perforar nuestros cascos y vestiduras. Casi estábamos sin agua en las cantimploras. Por lo cual en un momento estuvimos a punto de abandonar la expedición. Aun así proseguimos. Llegamos al cráter cuando estaba por marchitar el atardecer. El calor se profundizaba y la roca ya parecía quemarnos la piel. Cuando asomamos las cabezas y alumbramos con el foco de los cascos hacia el interior, pudimos verlos allí. Era una extraordinaria ciudad entre las piedras. No estaba sola, no. Ellos estaban allí. Lo juro por mis propios ojos que le vieron. Muchos de los que viven el presente los creyeron olvidados, pero esa raza de gigantes verdes había sobrevivido seguramente a la era de los dinosaurios. Quien diría que ya existía tamaña inteligencia. Uno de nuestros focos cayó allí abajo, fue tal el ruido de sus golpes que no pasamos desapercibidos. Cuando notaron nuestra presencia salimos corriendo. Bajábamos como podíamos entre los desniveles de las duras rocas. Cuando salieron sus naves como flechas de fuego al cielo, el volcán erupcionó. Mis acompañantes, unos diez hombres de no más de cuarenta años fueron consumidos por la lava. Afortunadamente logré saltar hacia las aguas del río lindante. La corriente me llevó hasta la orilla. Las personas del lugar me reanimaron. Matilde fue la encargada de realizarme la respiración boca a boca y de prestar los primeros auxilios. Debo mi vida a ella. Su familia me trajo hasta este hospital, las enfermeras son muy amables aquí, me tratan como un huésped de honor. Es en la habitación 22 que escribo esta nota. De algo si estoy seguro, y es que ellos están allí. Ya lo dirá el paso del tiempo cuando los arqueólogos encuentren los esqueletos de mis pobres camaradas fosilizados en la roca. Y aunque seguramente ellos ya lo han tapado todo, quedará algún rastro, alguna huella. Ningún secreto es fácil de guardar. Espero que después de saberse este hecho tan verídico, alguien más pueda ser testigo de su presencia, para que nadie de este mundo que en la gracia de Dios lea este grito escalofriante entre mis letras, asegure sobre mí un estado de demencia. Yo no estoy loco, se los aseguro, pero esa realidad supera toda mi fantasía y esta allí, sabrán de ella, ellos están allí afuera, ahora mismo. Se los repito, yo no estoy loco, deben creerme.
FIN