En algún lugar del corazón

19.03.2015 17:34

En algún lugar del corazón

 

 

Luego de entrar en aquella antigua biblioteca abandonada, recorrí con la mirada las deterioradas estanterías, desechas entre el polvo y los contundentes tejidos de las arañas.

El edificio tenía un estilo ingles, sobre el alto de su techo lucía una cúpula en cuyos vidrios había ángeles esmerilados y por la cual se inmiscuían débilmente los rayos del sol, traspasando indefectiblemente entre carruseles de pelusas voladoras, por otra parte las gruesas paredes de piedra lucían intactas con un color algo más opacado de lo que pudo ser en sus principios. Me deslicé hacia el altar de aquellos libros, arrebatando de su sitio una docena de ellos, tomos cuyas páginas habían sufrido la metamorfosis del amarillo al casi marrón oxidado. Debían de tener más de cien años varados allí en medio de tanta soledad de sabiduría, quizás esperando que algún intrépido curioso como yo los encontrara uno de estos días. 

  Había leído en viejos periódicos de la ciudad Leyenda versiones de su poblado, en las cuales se sucedían extraños episodios que causaron su abandono. Algunos decían que ese sitio estaba hechizado, y sus pasillos eran recorridos por muchos fantasmas estoicos. Fue uno de los mayores motivos que hicieron que aparezca de manera natural en aquel lugar, buscando respuestas a tantas interrogantes. Como solo pude encontrarme con el silencio, y probablemente aquellos episodios solo hubieran sido cuentos de hadas, indagué entre los libros que había sustraído, aguda información sobre poesía. Quienes me conocían sabían que era un fanático empedernido de aquel estilo literario. Así que hojee los libros hasta quedar fatigado por completo.

Cuando ya casi me decidía a marcharme escuché un ruido extraño por detrás de las altas estanterías. Uno de los libros del último escalón se volcó sobre el parqué, causando una explosión sucesiva de polvillo. Así que me acerqué y pude ver el profundo hueco ubicado por detrás del mueble a través de un orificio casi imperceptible. Comencé a sacar todos los ejemplares tirándolos hacia atrás sin importarme a donde iban a parar. Sin quererlo, apoyé mis manos sobre la estantería, la cual giró hacia el otro lado. Había una enorme puerta oval plagada por la oscuridad a la que seguía una escalera en forma de caracol. Debí encender el encendedor para alumbrar el camino y así subir. Los peldaños eran de madera, posiblemente de roble, por lo que crujían de una manera fantasmagórica, causándome una sensación tenebrosa. Cuando hube llegado a la sima, sentí el inconfundible ruido de las estanterías cerrándose allí abajo. Así que había quedado encerrado, sin que nadie pudiera percibir mi presencia, o escuchar algún grito de mi arrebatado miedo. Entonces probé de gritar:

-¿Hay alguien ahí? Solo se sintió el eco de mi voz golpeando entre el embudo de  materia repetidas veces. Luego se sucedió un viento indefinible que abrió la ventanilla del altillo, y las velas de la lámpara que colgaba al techo se encendieron. Un incesante e intenso escalofrío me invadió por completo. Las pulsaciones de mi corazón se aceleraron al compás. Las cortinas de tela tajada parecían poseídas por alguna danza del aire. De pronto un enorme libro que se encontraba sobre el escritorio se abrió estrepitosamente. Desde allí emergió una profunda luz que llegó a encandilar mis ojos, al punto tal que tuve que taparlos con mis manos. Luego la luz se apagó y al correr las manos de mi rostro, casi muero al verle frente a mí. ¿Quién me lo creería? Pero estaba de pie, justo allí, yo lo estaba viendo. No era una mentira. Tenía un extraño atuendo de color blanco, con muchos parecidos al de algún catedrático de universidad de antaño. Se encontraba dándome la espalda, aunque no tardó en girar hacia mí.

- Venturoso tú, que has osado despertarme. ¿Así que buscas poesía?- emitió con un tono de voz legendaria.

- No era mi intención molestarle. Pero eso mismo hacía mi señor- contesté repleto de nervios que me mordían  hasta el alma.

- Para ti seré el Maestro de la luz, así me recordarás hoy y siempre, mi muy querido discípulo. Ya que has tenido la entereza de despertarme de un hondo letargo, complaceré tus deseos.

Aunque yo estaba sumergido en un intenso miedo, pude hablar extendidamente con él.

No comprendí si era un hombre o un espectro, solo me dejé llevar por la situación que me embarcaba y pregunté:

- Ya que parece usted un maestro tan sabio, señor Luz, pudiera decirme ¿qué es la poesía?

- Criatura de la Tierra, noto desde ya tu inferioridad numérica en conocimientos celestes, ya que preguntas algo tan redundante, de todos modos te responderé.

Verás hijo, poesía es el dominio de la extensión de la luz sobre las palabras. Sin luz es imposible. No puedes llamarle poema al vacío. Creo que me he explicado, dime tú sino entiendes.

- Le he entendido. La luz es el arte prima de todo el universo, sin ella nada existiría.

- Exacto mi querido, el amor, que todo lo adereza es una prolongación de sus alas.

-En ese caso me pregunto si pudiera mostrarle una de mis poesías, para que usted me remitiera su opinión al respecto.

- Haber, haber, no tardes más, pásame tu texto- contestó al momento en que se sentaba sobre el sillón de madera cruzando sus piernas y balanceándose de delante hacia atrás, a lo que acto seguido encendió su pipa y apoyó su mentón sobre una de sus manos.

Saqué uno de los poemas que casualmente llevaba en esa ocasión acurrucado sobre mi bolsillo y se lo entregué. Y mientras jugaba ha dibujar unicornios con el humo del tabaco sobre la atmósfera reinante, obtuve su respuesta:

- Pero que atrocidad a la palabra es esta, esto es banal, vacío, inicuo e incoloro, es una falta total de respeto a mi suprema presencia. Hijo, debes mejorar, por otra parte debes leer ahora mismo tu interior. Dios te ha encargado la misión de ser un poeta, pero que obtiene de ti, sino lees tu corazón. Debes despertar tu llama interna, esa será tu tarea.

Bajé mis ojos al suelo, y le prometí que lo haría. Oí que dijo que en un tiempo lo lograría. Justo cuando quise despedirme de él, desperté sobre mi cama. Transpirado por completo. Mi madre que estaba justo sentada a mi costado aseguró que padecía fiebre y que había delirado durante toda la noche. No quise hablar con ella al respecto, pero aún parecía escucharlo, sentenciando sus vocablos:

- Poesía hijo mío, es tu alma viviendo en los cuerpos de las palabras, dándole vida a su propia muerte. Sin luz no existe poesía, como sin paz se descarrila el universo. Poesía es el eje de tu voz. Incliné la cabeza hacia la ventana. Ya era la primavera. Observé a un ave trinando sobre la rama de un ceibo, más allá del recuadro. Algo en mi brilló y solo sonreí.

FIN