El fin de los centauros

11.12.2013 15:00

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El fin de los centauros

 

 

Al dejar de ser tiempos de armas existieron otras guerras, que martirizaron la humanidad por completo.

Se dio origen a una era de hombres insensatos- los de alma frívola- cuya sangre, no parecía proceder de la misma raza. Los humanos se levantaban en voces contra otros de su mismo clan, creando nuevas filosofías ideológicas.

 Los artistas encarnaron a los únicos temidos, que amanecían horizontes, con las verdades de vanguardia. Por lo cual fueron perseguidos como mortales maleantes.

El grupo egoexiste apeló de manera falsa a una antigua ley, conocida como política. Según decía el vademécum mayor del conocimiento, la política era una ciencia metodológica, capaz de generar el bienestar general de la población del mundo. La geografía se dividiría en sectores, los cuales serían gobernados por un conjunto de hombres- a priori- “inteligentes”.

Para ello los egoexiste crearon el voto, por el cual el resto de los hombres los elegiría de manera democrática, con la trampa de que todos pertenecían a la misma especie alienígena. Jurando ante la Biblia, tomarían el mando, como diabólica mentira sin límites.

Quien fuera parte de su gobierno, debería llevar las agallas de un ladrón- comadreja- camuflado entre los santos testamentos.

Mientras pintaban el cielo de colores maravillosos- con palabras elocuentes- por detrás sembraban grandes epidemias. Era como una enfermedad venerable sin cura, contagiando el planeta de petróleo contaminante.

 Se originaron entonces sustantivos concretos como ser la pobreza (la indigencia, el hambre), la falta de educación, la intolerancia, la falta de respeto, la incongruencia de los derechos y deberes de la humanidad total.

Las riquezas se distribuían entre reyes y juglares de aquellas falsas ideologías, que exterminaba a los hombres de manera silenciosa.

Llegado el día tercero del gran cansancio, surgieron nuevos comodines, que se adaptaban como camaleones en la atmósfera atroz. Creándose así, un nuevo conjunto entre las cuevas ocultas.

Los zafiros de la luz se multiplicaban como el azúcar de estrellas en la noche por las linderas del mundo. Llevando el antídoto para generaciones futuras.

El hombre perverso-los egoexisten- fue representado en la amplitud extensa de las artes en la mística figura de un centauro (la muestra animal del hombre, preso de sus pasos, de unas patas que no lo llevan a ninguna parte razonable).

 Aunque existían algunos escépticos, los zafiros de luz crecían como el río, mientras los egoexisten no se percataban, distraídos y ocupados en sus asaltos mundanos.

Luego de un tiempo de concordancias continuas, se tornó tan inmensa la luz, que hasta en las arenas de los desiertos crecían manantiales salubres. La luz complaciente demostraba a los incrédulos con sus huellas, ser un huracán indomable por la oscuridad.

La guerra fue vencida por la paz. Al paso de la lava de luz, los egoexisten, pasaron a formar parte de poblaciones de piedras, sus inarticuladas voces quedaron en el hondo y profundo mar de los silencios, como esculturas de mármol. El verdadero despertar invadió al mundo, como mostazas que crecían más grandes que los infinitos.

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