Corazón de la esperanza

20.11.2013 13:57

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Para los que no son católicos, no creo les resulte provechosa la historia. Está basada en una experiencia real. Pasó en mi vida hace unos años y la recuerdo con aprecio.

Estaba pidiendo ser contada, desde hace ya varios días, que retumba y retumba.

No intento con esto faltar el respeto a nadie, ni imponer ninguna religión. He aprendido que la religión solo divide a los hombres. No es lo que Jesús ha enseñado, que es el amor semejante, el amor supremo. Si hay un solo Dios, y a ÉL amarás- primer mandamiento- espero puedan disfrutarla, me ha costado un poquito de trabajo, aunque no esta perfectamente pulida. Esto del relato no me apasiona tanto, ya que suelo apurar la trama. Pero esta historia no es fantástica, ni vacía, ni tonta, y no es apta para incrédulos. Se muy bien lo que me ha pasado en la vida, y como Dios se ha mostrado en cada minuto y en cada lugar. Sin más, sea entonces el texto:

 

 

Corazón de la esperanza

 

No contemple cuando entró por la puerta. Al girar mi cabeza unos 90 grados pude apreciarlo, mansa y serenamente sentado.

Reposaba en una de las mesas que daban al depósito- justo debajo- entre la oscuridad angular del sótano.

Era mi trabajo acercarme y atenderle. Así que lo hice. Camine hacia él, mientras reposaba cómodamente en la silla, sosteniendo entre sus manos un libro.

_Buenas tardes señor, usted me dirá que desea

_si mozo- me dijo casi sin mirarme- un café cortado por favor.

Escuché sus palabras, aunque no me retiré. Estaba tan profundamente concentrado que llamó mi atención. Entonces observé su libro.

La imagen de la virgen María se erguía implacable en su tapa. No pude resistir la curiosidad- más que de niño recibí la comunión en la capilla “Inmaculada Concepción”- por lo cual indagué.

_Que bello libro señor, ¿de qué trata?

_se sonrió y contesto suavemente_ son las historias de las apariciones de la señora madre en uno de los pueblos europeos asolados por la guerra.

_Vaya, que interesante_ contesté de paso.

Platicamos un rato largo, mientras, yo iba y venía con su café- y mientras la gente también lo permitía- charlábamos.

      Me dio la mano al retirarse, y me prestó su libro, siendo que lo amaba tanto.

Acordamos encontrarnos dentro de una semana fuera del trabajo. En ese tiempo leí cada frase, cada historia apasionadamente hasta el final. Como creyente, me pareció alucinante.

      A la semana siguiente- tal el contrato de palabras- nos encontramos. Nos dirigimos a un café donde él era cliente habitúe- ahí pudimos charlar detenidamente- en compañía de la mañana tempranera.

Parecía tener tanta magia en sus palabras. Él tenía como unos 70 años o más- nunca se lo pregunté-, yo lo miraba y escuchaba con respeto- como si fuera mi abuelo- entonces contó su historia, después de mis preguntas.

_Verás Jairo, he sido transplantado del corazón y me han intervenido varias veces quirúrgicamente, pero aquí me tienes- vivito y coleando- decía riéndose despaciosamente entre ademanes.

Me confesó como cierta clínica del Gran Buenos Aires- Argentina- lo manipuló, en su estado enfermizo, para así retenerlo y seguirle cobrando fortunas por su salud.

   Hablamos largo y tendido ese día. Fue así que llegue a aquella pregunta. Quería saber si en sus estados de coma- entre las líneas de la vida y la muerte- pudo apreciar algo del otro lado del mundo. Algo así como el famoso túnel de luz, las personas esperándole, etc.

_ No he visto ningún túnel- aseveró-, lo que sí paso fue esto:

Antes de ser intervenido, no encontraban un corazón. Entre esas horas tuve un sueño o una visión. Me trasladaban a la clínica en ambulancia, un niño de escasos años me acompañaba a un costado. Sujetó mi mano y me dijo que me quedara tranquilo, que el órgano estaba en camino. La ambulancia era bordeada por una extensa multitud que llevaba entre sus brazos la virgen María en entonada procesión. Fui transplantado después de eso.

Resultó ser que el corazón era del niño que estaba en la ambulancia, que había fallecido hacia unos días. Sus familiares se encargaron de tramitarlo, me tome el trabajo de averiguarlo.

Yo me quedé atónito y sin palabras. Todo esto transcurrió en un tiempo que me encontraba algo desbordado por la depresión.

Nos despedimos esa mañana. Se había anotado mi celular entre sus contactos. Prometió mandarme algo. Nos despedimos entonces.

   Al día siguiente, llegó el mensaje. Era un sol, dispuesto entre unas líneas que decían: “PARA QUE TE ILUMINE TODAS LAS MAÑANAS DE TU VIDA”, luego citaba su nombre.

    Tras idas y vueltas esa luz fue lo último que supe de él. Aún conservo el libro, fue un regalo, dijo que lo había leído muchas veces y que estaría mejor en mis manos.

A veces lo recuerdo con gran aprecio, cuando vuelvo en pensamientos a un Buenos Aires que me dolió más de lo que me sonrió.

 

 

 

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