Alma de potreros

21.03.2014 11:42

Alma de potreros

Miraba el cielo, repleto de astros y pensaba: _pesar de que en la antigüedad el fútbol era una disputa que deparaba la muerte y hoy es la sensación, la felicidad de un mundo entero.

Pero luego no me importaba eso, como tampoco a los poetas les importara la muerte de Romeo y Julieta.

El día que le seguía, eso, había sido sueño o pesadilla, pasado, demasiado pretérito para un niño.

Lo lindo empezaba por las mañanas en el colegio, donde hacíamos la previa, las maestras pasaban a un costado de la historia, lamentable, pero verdad.

Comenzábamos a agitar el ambiente,

_hoy lo llenamos de goles_ decíamos al curso de enfrente.

Los dejábamos bien calentitos como un pancho, para que explote la tarde con el encuentro.

Las horas de educación física eran las mejores, hasta que al profesor se le ocurría la magnifica idea, nefasta, de realizar alguna actividad atlética como salto en largo.

Nosotros no queríamos saber de lolas, eso era más aburrido que masticar clavos. Nosotros nacimos argentinos, y nacimos para el fútbol.

No quedaba otra que apretar los dientes, y sobrepasar las horas, como mejor se pueda.

Que bello ese histórico momento del último timbre de salida, más cuando hacía como media hora que teníamos las mochilas listas para salir corriendo.

Almorzábamos y salíamos. En bici o a pie, había que buscar al equipo. Casa por casa, de la defensa al medio campo, hasta llegar a la delantera.

Así íbamos, unidos como hermanos en su fe, calentando los músculos con algunos pases entre las calles.

Llegábamos. No he conocido mejor cancha que esa, con tantas historias al hombro.

La puerta alambrada estaba abierta, “la del cura”, la canchita de la iglesia nos esperaba, de brazos abiertos, y salíamos despavoridos tras el primer pelotazo a la cima. No tardaban en llegar los otros, y en comenzar el partido.

No había quien pueda con nosotros, les metíamos de a 5, y si, todos jugábamos en club.

Chilena, rabona, caño, bicicleta, taquito, todo y más pa la TV.

Cuando menos pensábamos prendidos al alambrado aparecía el pueblo, salían de todos lados, eso, era fútbol, la pasión más hermosa. Al terminar la catequesis, hasta el cura se colaba y pintaba talento, orgullo de potrero.

Así se dieron lugar millones de tardes, recuerdo la cara de mi madre, tras uno de esos partidos pasados por agua y con barro, había que dar la cara después de tremenda suciedad, pero la experiencia, la felicidad, quien te la quitaba.

Lo único que crece es esa membrana que llevamos por fuera, pero el corazón sigue estando en el alma, esa niñez amanecida en los recuerdos de un potrero.

 

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