Principios con finales confiscados. "El justiciero I"
Vamos con un relato policial solo apto para al entretenimiento. Prohibido su abuso.
Principio con finales confiscados. “El justiciero I”
“La justicia es la trampa perfecta para el crimen ilegal de los hombres”
La mujer yace en ropa interior, cubierta con sabanas blancas entre un regadero de sangre en la zona del crimen. De cuatro a cinco heridas punzantes en su cuerpo. Está justo al final de la escalera principal. Rasguños en su piel, confiesan forcejeos aun testificados en su vestido. Dedos rojos marcados en la pintura clara de la pared derecha, de lado a los peldaños. Uñas rasgadas en sus manos delicadas. Su pelo rubio electrizado. Todo pareciera indicar una prolongada acometida de fuerzas opuestas, al intento por escapar de su acecino. El inspector Yim lleva sus dedos al mentón, pensativo, mide cada uno de los rastros del homicidio. Se dirige al cuarto de la señorita. Existen pruebas evidentes de algún amorío nocturno, todo el resto de los oficiales lo observan y escuchan con mucha atención. Detrás de la puerta, alguien ha escrito con fluido venoso. Dice: “Ella nunca quiso que fuera su hombre, por eso ya no será de nadie más que de la muerte”. Es un perfecto demente –anota pensativo el inspector –. Recauda todos los datos en su libreta. Saca su lupa de uno de sus bolsillos y sigue los rincones. Por desgracia, solo ha usado un guante. Ha salido por la ventana y bajado por el ramaje de los árboles. Se adentró en el espeso boscaje. Seguramente corrió por el sereno de la noche. Las enredaderas espinosas están algo rotas, sería imposible que no lleve rastros sobre su dermis.
El detective Yim ordena que le traigan un perro policía. Deja que olfatee la zona del crimen; juntos se adentran en el bosque, persiguiendo al desconocido. Después de haber recorrido metros entre la maleza de los pasajes naturales, llegan hasta un refugio abandonado. Yim, abre la puerta de madera con sutileza y encuentra entre un montón de herramientas viejas, la ropa del culpable. Inspecciona el traje negro y encuentra la tarjeta. “El bar del tango, 9 de julio y Rincón, al 1200”. Es por demás claro que es una pista importante, además, el culpable se ha olvidado un perfume. Yim lo huele perfectamente para no olvidar su esencia.
La misma noche de luna menguante, el detective espera al criminal en el bar citado, inmiscuido alrededor de la barra. Su disfraz de tanguero, hace que pase inadvertido entre el bullicio de voces y acordeones. Yim, comienza a recorrer la pista de baile. No acepta el pedido de ninguna damisela, se hace el distraído o el ocupado, todas las mujeres lo miran con ganas. Aun nada revela al autor del hecho. De repente, el detective tropieza con un hombre alto. Sus ojos se cruzan las miradas. Es él. Tiene una cicatriz junto al pómulo. Sus brazos se ven arañados entre su camisa pastel arremangada. Y el perfume, el aroma es idéntico al del refugio. Por lo pronto, deja que se valla por entre los demás bailarines, sin perderle las pisadas. A lo lejos lo observa, mientras toma una medida de coñac. Platica y coquetea con una mujer pelirroja. Es una dama hermosa, artesanalmente moldeada por las manos de Dios. Ella viste de un rojo intenso, se hace irresistible a todas las miradas humanas. Él, coloca un beso en sus labios cerezos. El lápiz labial se marca alrededor de su boca, y aun en su cuello y en su camisa. Luego, la sujeta por las caderas y la guía hasta su auto descapotable. Se dirigen al motel del kilómetro 50. Yim los persigue hasta el lugar.
En el seno de una habitación, el acecino comienza con el ritual de los cuerpos hervidos y las almas gorgojeantes. Ella se deja caer en la locura de sus manos, con sus ojos cerrados de placer y su boca oscilando algún gemido. Entre la desmerecida luz, sobre la pared, se ve la sombra del hombre sujetando la navaja a espaldas de la bella pelirroja. Yim, quien era testigo de todo, sin dudar, derriba la puerta y lo sorprende con su pistola 38, aferrada fuertemente a sus manos:
_ ¡En el nombre de la ley, deténgase ya, usted está detenido!
El hombre voltea escupiéndolo y escapa saltando por la ventana, rompiendo los vidrios esmerilados. Ahora todo cortado y sangrando, corre prácticamente desnudo por la calle. Tres patrulleros lo interceptan; ya no existe escapatoria, los agentes lo rodean y arrestan a punta de armas. De por vida, irá a un calabozo, por no haber amado a su ex mujer de la manera en que debió de hacerlo en sus cabales sanos e intentado de la misma manera con su amante, será prisionero de su inconciencia, eso, si aun no le tocare la silla eléctrica bajo el dictamen del juez de turno. La mujer de pelirrojo es tapada a la mitad de su cuerpo con una sábana de seda. Dos enfermeros la introducen a una ambulancia y la llevan hacia el hospital más cercano, para un acorde tratamiento médico. Yim enciende un habano, sentado sobre la parte exterior de su auto. Crea círculos en cadena con su humo mientras dirige su mirada al cielo. El homicida se divisa entre el parabrisas del patrullero, alejándose al horizonte. Y las estrellas, con su tenue luz titilante, tartamudean justicia al vientre del corazón nocturno.
Autor: Iluminado